viernes, 18 de junio de 2010

ESTRÉS URBANO


Maldita verdad… Maldito trabajo… maldita vida que tengo… Desde hace días siento que la cabeza me va a explotar… No sé de qué manera he logrado soportar tanto… Sin embargo, en un momento no tendré qué soportar durante más tiempo esta situación, lo que mi esposa me ha conseguido me ayudará a lograr mi propósito… aligerará mi sufrimiento y aplacará mi sed de venganza… Mi sed de castigo…

Todo comenzó en aquella maldita mañana de junio, era viernes y tenía mucho papeleo en la oficina… Mi estúpido jefe me había comisionado a entregar un proyecto sobre el incremento de ventas para la oficina de mercadeo donde laboro… Por tal motivo, me había desvelado trabajando en tal proyecto y ni me di cuenta la hora en que el sueño me venció… Sólo recuerdo que mi esposa bajó las escaleras ruidosamente y me despertó gritándome que se nos había hecho tarde porque no había sonado el despertador. -“Tal vez se fue la luz”.- le comenté. Mientras me desperezaba y ella se acicalaba el cabello, comenzamos a charlar sobre nuestros itinerarios del día.

Debido a las secuelas de la vigilia no estaba muy consciente de lo que hablábamos pero era agradable cruzar un par de palabras con mi mujer. Después de cinco años de casados, con una niña de meses y otro por venir se puede enfriar el romance que algún día existió. Lo más urgente que mi esposa me pidió fue que me hiciera cargo de nuestra hija porque tenía que ir a pintarse el pelo y ponerse unas ridículas extensiones (que le quedaron fatales) y ya se le había hecho tarde para su cita con “Ricky” el afeminado que sale en televisión y que arregla a las estrellas del canal 2… De tal forma que el destino estaba en contra mía, así que me armé con todo lo necesario para la ajetreada jornada y salí disparado hacia el trabajo… Automáticamente, sin pensar, acomodé el portabebés y eché todas las cosas al asiento posterior del vehículo y emprendí rápidamente la marcha en mi auto deportivo… Pensé en la ruta que tendría que improvisar: un acelerado recorrido por la ciudad hacia la guardería, dejar a la niña y luego tomar la avenida Gonzalitos que se supone es de vía rápida y más bien parece de vía lenta por el espantoso tráfico de Monterrey a la hora pico de las nueve de la mañana, todos alejándonos de nuestros hogares rumbo a nuestros frustrantes empleos de media paga.

Encendí un cigarrillo para calmarme ante tan estresante situación y sintonicé la radio hasta encontrar el pronóstico del tiempo en una estación radiofónica que desconocía su existencia. Sin saber por qué, sentí más calor al escuchar la voz femenina que auguraba otro espantoso día de mínima de treinta y ocho grados centígrados. –“¡Qué calor! Y yo sin clima…” A mi auto se le había terminado la carga de gas la semana pasada y no había tenido tiempo de llevarlo a mantenimiento. Y menos, teniendo tanto trabajo como el que ayer me había dado el imbécil de mi jefe.

–“Avanza… avanza…”- pensé que le decía al idiota de la camioneta frente a mí, mientras oía las subjetivas opiniones de un desconocido editorialista… Después los titulares sobre los acontecimientos más recientes: los accidentes vehiculares de diario, el incendio de la guardería ABC, los empujones y encañonamientos entre policías y federales, las insípidas promesas de los candidatos electorales, etcétera… Por fin… veo un espacio para rebasar por la derecha y me le meto a un idiota que se le apagó el motor de su auto… Rápidamente llegué a la oficina, me estacioné y desde mi asiento alcancé el portafolio con mi proyecto de ventas, que no sé por qué lo había dejado en el asiento trasero, cerré la puerta y accioné la alarma con el control de las llaves. Por un momento pensé en dejar una ventana un poco abierta, pero el temor a un robo, como los que habían acontecido en el estacionamiento los últimos meses, me hizo desistir de tal idea. Después de escuchar el “bip-bip”, salí disparado hacia el edificio donde seguramente me esperaba el ogro de mi jefe con su habitual mal humor.

Todos estaban en sus lugares cuando entré en la sala de juntas y me sorprendí de ver ahí, en el primer puesto al dueño de la compañía que discutía con mi jefe acerca de quién era el inoportuno que entraba a la sala sin llamar antes. Ése era yo. Me disculpé por mi impuntualidad y di una excusa que ni un niño de cinco años creería… Sin perder un segundo más, inicié la presentación de mi proyecto a todos los presentes y así fueron pasando un par de horas sin que lo percibiera. Suspendimos para ir a almorzar y acompañé a un sujeto que conozco de vista y que me cae mal; pero que sí tiene clima en su auto y fuimos a un Sierra Madre. –“Hoy sí me doy un lujito”-me dije.

Al volver del almuerzo y soportar el inclemente calor citadino, además del fastidioso de mi acompañante, proseguimos un par de horas más de junta hasta que terminé mi exposición. Después de aclarar algunas dudas, se votó a favor de llevar a cabo la implementación del dichoso proyecto. -“Por fin”-suspiré aliviado. Mi desvelo fue fructífero.

Posteriormente a la interminable reunión de ventas, mi día mejoró por unos instantes. Convencí a la firma de realizar un par de cambios en el producto que ayudarían en el posicionamiento del mismo en un mercado distinto, y creo que lo logré, porque hasta mi jefe se acercó a felicitarme. Bueno, yo lo llamo “felicitación” porque me dio un par de palmadas en la espalda y me mandó a trabajar inmediatamente en los cambios mencionados. –“Maldito hipócrita, sólo cuando te conviene.”-pensé para mis adentros.

En fin, era positivo sentir apoyo de vez en cuando y me levantó el ánimo lo suficiente para llamar a mi esposa y platicarle lo sucedido. Le conté lo de la junta y aproveché la oportunidad para invitarla a cenar después del trabajo –“De maravilla. Ricky ya me hizo las extensiones y ahora está haciéndome un facial, porque ya me hacía falta… En verdad, era delicioso escuchar su dulce voz, en medio de la amargura del trabajo. Me sentí como pocas veces me había sentido desde que me había casado, sumamente agradecido con Dios por la familia y la esposa que me había brindado. Dentro de los afanes diarios y lo duro de la jornada, tenía la seguridad de contar con ella para salir adelante de la crudeza que a menudo invade nuestras miserables vidas….

-“Oye…”-me dijo- ¿a qué horas vas a recoger a la niña?” Al escuchar su pregunta, me paralicé. Sentí claramente cómo una aguja afilada entraba por mi nuca y llegaba hasta mi cerebro aclarando mi mente de una manera tal que me pareció horrible y cruel. La verdad absoluta cayó sobre mí como un rayo dirigido desde lo alto para castigar al peor de los seres humanos… para destruir al más ruin de los mortales que han poblado este planeta. Nadie puede llegar a entenderme… nadie puede saber lo que se experimenta en un momento así… La tierra parece temblar con el sonido de un trueno en los tímpanos que de manera grave y desesperada te hace desear volver el tiempo atrás…
Solté el celular que se estrelló en el piso rompiéndose en mil pedazos y corrí… Corrí como si en ello se me fuera la vida… Mientras corría como loco ante las miradas inquisitivas de mis compañeros de trabajo me preguntaba cuánto tiempo había pasado y no lograba calcular exactamente las horas transcurridas… sólo acertaba a seguir corriendo y llegar al estacionamiento…

Corrí sólo para contemplar en primera fila el horrendo crimen que había cometido… El peor de los crímenes, que por su sadismo y brutalidad nadie, ni el más cruel de los verdugos puede castigar… Nadie es tan poderoso como para sentenciar o castigar a aquél que por su imprudencia merece más que la muerte… Nadie puede castigar un delito que siempre quedará impune…

Por eso estoy aquí… para terminar de una vez por todas con el dolor de la pérdida, con el dolor que causa la separación y la angustia de no saber qué fue lo que pasó… Dicen que no la soltaba y que no contenía mi llanto… dicen que mi esposa estuvo a punto de perder al bebé… eso dicen quienes se atreven a acercarse a mí… Algunos me hablan de destino… Otros me hablan de misericordia divina… Otros me odian y no los culpo porque yo también me odio… Pero todos me hablan de la verdad… o lo que ellos consideran su verdad… la verdad que los hace sentir seguros y a salvo…

Sin embargo, yo solamente creo en mi verdad, la de apretar entre mis manos el frasco de veneno que acabo de beber… y que me hará olvidar aquella otra verdad tan aterradora y tan clara que encontré aquel día en el asiento trasero de mi auto…

La verdad es… que había olvidado a mi hija encerrada en el infierno de mi auto deportivo…

1 comentario:

  1. Hermoso!! hermosa la manera en que se expresa, siempre lo admiré profesor, aunque a veces me molestaba su forma de ser, pero eso no cambia el hecho de que aún lo admiro, lo veo con suma grandeza que ni yo mismo la creo, pero bueno, ya sabe como es uno, en fin, le quedó súper excelente su escrito, y pues como lo dice Ud. mismo: "...no tienes que leer esto. Pero si lo haces, no respondo... tal ves te guste..." Saludos Profesor

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